Fotografía y éxito
“Hemos ido hacia fuera en todas las direcciones, en lugar de entrar en uno mismo, donde ha de resolverse todo enigma”. Arthur Schopenhauer
En Alma Natural hemos reflexionado y conversado en múltiples ocasiones acerca del éxito. Esta palabra puede tener diversos significados para cada uno de nosotros. Sin embargo, hay una forma de entender el éxito mayoritaria, que suele corresponderse con las definiciones que le da la Real Academia Española en su diccionario:
1- Resultado feliz de un negocio, actuación, etc.
2- Buena aceptación que tiene alguien o algo.
3- Fin o terminación de un negocio o asunto.
Imagen del proyecto “Paul” —Cristina Galán—
Todas estas definiciones hacen referencia al éxito como algo externo, y así suele entender este término la mayoría de la gente. Seremos personas exitosas cuando ganemos mucho dinero, la sociedad nos valore y nos respete, ascendamos en el trabajo, tengamos una buena casa, un coche lujoso y, por qué no, también una pareja atractiva. Pero, ¿qué hay de la fotografía en una sociedad como esta? ¿Qué es el éxito fotográfico? Pues lo cierto es que no suele medirse de forma muy distinta. Un fotógrafo de éxito es el que gana mucho dinero, el que recibe multitud de premios, el que arrasa en las redes sociales, el que trabaja para grandes marcas, el que mucha gente conoce y admira.
En resumidas cuentas, parece que el éxito, tanto en la fotografía como en la vida, se mide en función de elementos ajenos al alma humana, como el dinero o la fama. Esta forma de entender el éxito es vital para el funcionamiento de un mundo extremadamente capitalista, como en el que nos ha tocado vivir. Sin embargo, este modo de valorar a las personas tiene infinidad de consecuencias negativas. La actual pandemia que estamos viviendo, y su consecuente confinamiento, han sacado a la luz algunas de las carencias de nuestra sociedad. Podríamos citar muchas, pero en este artículo vamos a centrarnos en una de ellas: la imposibilidad de quedarnos quietos en nuestra habitación.
Escultura de Blaise Pascal —Augustin Pajou—
En 1670, un matemático, escritor y filósofo francés llamado Blaise Pascal escribió: “La infelicidad del hombre se basa solo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación”. Hace poco más de un año, muchos de nosotros —los que tuvimos la suerte de no vernos a nosotros ni a nuestros seres queridos sufrir este virus, o los que no tuvimos que trabajar en primera línea luchando contra él—, nos vimos confinados en nuestras casas.
Todo el ruido que absorbía nuestras vidas se convirtió en un silencio atronador. Un silencio que, como un espejo, nos enfrentó con nuestra esencia como seres humanos, dejando al descubierto nuestra alma. Algunos, a pesar del horror de la pandemia, pudieron disfrutar este silencio, otros —la mayoría— lo sufrieron. Pero, ¿qué diferencia a estos dos tipos de personas? Lo cierto es que hay multitud de formas de disfrutar o de sufrir el silencio. No obstante, puede que las personas que lo sufren tengan algo en común: viven constantemente huyendo de él.
Y es que la mayoría de la gente vive en un mundo laboral lleno de presión, de prisa, de estrés, de ruido. Esto puede que sea algo que no esté en nuestra mano cambiar, pero, ¿qué hay de nuestro tiempo libre? Aquí sí que el ritmo y el rumbo, en mayor o menor medida, lo podemos elegir. Sin embargo, vemos como la mayoría de la gente decide ahogar en ruido su tiempo de disfrute: bares, restaurantes, centros comerciales, calles bulliciosas, parloteos sin respiro. Todo esto siempre aliñado con un ruido luminoso: el de las pantallas de los teléfonos móviles. Y, cuando llegan a casa, a pesar del agotamiento, tampoco paran, la televisión se enciende para apagar el más mínimo destello de silencio que pueda quedar vivo en su día.
Fantasía del alféizar, Rochester, 1958, —Minor White—
Existe en este tipo de personas un acuciante temor a la soledad, un miedo al silencio que es síntoma de un alma abandonada, raída de desuso, alienada por el ruido. Y, por otro lado, nos encontramos con personas que valoran más las bibliotecas que los bares, los museos que los restaurantes, los centros culturales que los centros comerciales, el contacto con la naturaleza que las calles bulliciosas o las charlas reflexivas que los parloteos banales. Estas personas saben refugiarse en su interior mediante la reflexión y la meditación, y saben encontrar el sosiego en un buen libro, en lugar de recurrir al alboroto de las frías pantallas. Prefieren huir del ruido, elogian el silencio y aman la soledad porque saben que el cultivo del alma es la más plenaria fuente de felicidad. Pues, como dijo la filósofa Victoria Camps: “La felicidad está en uno mismo, pero en uno mismo muy enriquecido. Porque si uno está vacío por dentro no encuentra nada”.
Urge ese enriquecimiento íntimo contra el vacío interior que es la energía que hace girar a un mundo extremadamente consumista y preocupantemente autodestructivo, que es el veneno de una sociedad tan obesa de ego y vanidad como anoréxica de empatía y ecuanimidad. Una sociedad deshumanizada por la falta de pensamiento crítico y por la sobra de individualismo, que cada día acrecientan la desigualdad y que menguan la libertad y la dignidad de las mayorías más débiles, en favor del lujo y del libertinaje de las minorías más poderosas.
Y es que el arte y la cultura son la ambrosía que alimenta el alma humana, la fuerza que torna la angustia ante el silencio en paz interior, el fulgor que hace diáfana la más oscura soledad. Y buen sabedor de las bondades de este silencio, y de los miedos que provoca en los interiores baldíos, es el escritor brasileño Paulo Coelho, que manifestó: "Bienaventurados los que no le temen a la soledad, que no temen a su propia compañía, que no siempre buscan desesperadamente algo que hacer, algo para divertirse, algo para juzgar. Si nunca estás solo, no puedes conocerte a ti mismo. Y si no te conoces a ti mismo, comenzarás a temer al vacío. Pero el vacío no existe. Un vasto mundo yace escondido en nuestra alma, esperando ser descubierto”.
Fotografía del proyecto "Poemario vegetal", 2020, —Yago Iglesias—
Y nosotros añadimos: bienaventurados los que entienden que el éxito no es algo externo, que el éxito no viene del dinero, ni del poder, ni de los concursos ganados, ni tampoco de la popularidad. Bienaventurados los que entienden que el verdadero éxito está, como dijo Joan Brossa, en tener la riqueza de no querer ser rico. El verdadero éxito está en entender que las cosas realmente útiles en la vida son las que casi todo el mundo considera inútiles, el verdadero éxito está en el amor y la empatía, el verdadero éxito está en saber escuchar más y hablar menos, el verdadero éxito está en la reflexión y también en la meditación, el verdadero éxito está en alcanzar la paz interior, el verdadero éxito está en saber quedarnos quietos en nuestra habitación, el verdadero éxito está en utilizar el arte para hacer una sociedad mejor, el verdadero éxito está en entender que el silencio es el numen de la creación, el verdadero éxito está en buscar ser dignos interiormente y no respetados exteriormente, el verdadero éxito —tanto en la vida como en la fotografía— está en entender que el más auténtico éxito solo puede ser algo íntimo.
Grupo Alma Natural. Marzo de 2021.